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El dilema de Claudia

Claudia Sheinbaum trabaja para ganar la elección de 2024 con dos tercios del Legislativo. En esa lógica se inscriben muchas de sus decisiones recientes más polémicas, como la alianza con el PES y el PVEM y la candidatura de Omar García Harfuch, que en buena medida se explica como una apuesta para generar un efecto arrastre en la elección de diputados.

Este último caso, sin embargo, excede toda proporción. Constituye un acto de pragmatismo extremo que podría terminar por ser contraproducente, por lo agraviante que está resultando para un sector de Morena y la izquierda.

Lo que Sheinbaum no ha comprendido es que, en su apuesta por ofrecerle a las clases medias y a los fifís de la CDMX un perfil de su agrado (y pagarle una suerte de derecho de piso a los ricos de México), podría terminar por distanciarse de la base obradorista, que no aceptará fácilmente un perfil que podría representar el principio del fin para la 4T.

La candidatura de García Harfuch catapultaría al personaje como un presidenciable y podría ser el primer error político potencialmente grave de Sheinbaum, pues alienaría a una parte importante del obradorismo y podría debilitar su liderazgo con los de casa.

Esa militancia que durante años ha hecho trabajo de base, formado comités y tocado puertas en uno de los bastiones históricos más importantes para la izquierda —la Ciudad de México— de pronto atestiguaría al aterrizaje forzoso de un perfil que —sin ningún trabajo político— aparecería en la posición más relevante de todas.

¿Cómo explicar a la militancia que “una hija del 68” apoya a un nieto de los que participaron en el entramado represivo del movimiento y a un hijo de los que operaron la Guerra Sucia? ¿Cómo respaldar a un personaje tan genéticamente situado “del lado incorrecto de la historia”? Es como si el Partido Socialista Chileno impulsara la candidatura del hijo de un general de Pinochet.

La disputa política al interior de Morena podría escalar, además, a medida que se acerque la encuesta y se evidencien la serie de irregularidades que se están cometiendo. Cada vez se presentan más casos de cómo funcionarios del Gobierno de la Ciudad operan irregularmente a favor de Harfuch. Al menos son dos secretarios —notoriamente Rigoberto Salgado, secretario de Inclusión y Bienestar—, además de Víctor Hugo Romo y el sindicato del Metro.

En torno a la candidatura del policía están claramente agrupados los poderes fácticos: empresarios, televisoras, grandes medios. Están de su lado también políticos muy cuestionados, como el exsecretario particular de Emilio Gamboa, Juan José Lecanda, y el exconsejero jurídico,Julio Scherer Ibarra, el “traidor de Palacio”. Un misterio es también el papel de Ninfa Salinas dentro del equipo de campaña, aparentemente muy influyente en el cuarto de guerra.

Con mucho dinero de por medio, quienes promueven la campaña de Harfuch buscan instalar la idea de que él es “el bueno” y ya ganó. No hay que perder de vista, sin embargo, que Morena debe postular al menos a cuatro candidatas mujeres para las nueve gubernaturas en disputa y existe un acuerdo político —avalado por el Presidente— para ubicarlas preferentemente donde tengan más intención de voto, sin importar si ganan la encuesta o no.

Junto a Rocío Nahle, Clara es de las mujeres más competitivas y mejor posicionadas en el país. ¿Será más fuerte el pragmatismo o la sororidad de Sheinbaum hoy que “es tiempo de mujeres”? ¿Permitirá la exjefa de Gobierno que otra mujer, además de ella, nos haga soñar?

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¿Clara o el policía?

Morena se enfrenta al dilema de elegir para candidato a jefe de gobierno un policía recién llegado a sus filias —eficaz, carismático y popular, pero de escasas ideas y experiencia sustantiva de gobierno— o una mujer de larga trayectoria, que viene de una exitosa gestión en la alcaldía más compleja de la CDMX.

Hay que reconocer que hasta ahora el partido no ha sido especialmente eficaz en sus gobiernos municipales. Durante los últimos seis años, sin embargo, la gestión de Clara Brugada se ha convertido en un referente de cómo gobernar en el ámbito local, al cambiarle por completo el rostro a su demarcación.

La 4T no solamente debe premiar un perfil así por principios. Lo debe hacer hasta por conveniencia: para mostrar a nivel nacional una forma de gobierno exitosa en lo local, susceptible de ser replicada.

Aunque las alcaldías en la Ciudad de México no tienen facultades para recaudar impuestos —y pese a que el presupuesto per cápita de la demarcación es limitado—, Clara logró emprender una sorprendente cantidad de obras de infraestructura de calidad y alto impacto social.

El modelo ha sido exitoso, en gran medida, gracias a sus políticas de austeridad y ahorro. En lugar de contratar empresas para brindar servicios públicos a costos altísimos —como suelen hacerlo la mayor parte de las alcaldías— en Iztapalapa se construyeron capacidades para otorgar directamente servicios de alumbrado, limpia y bacheado a un costo considerablemente más bajo.

No creo exagerar al afirmar que durante los últimos seis años Brugada ha creado una nueva manera de gestionar el gobierno local, una “forma Clara de gobernar”.

Pese a que cierto sector la ve desde la limitada óptica de sus prejuicios clasistas, desprecia su origen social y le tema a su activismo popular de izquierda, Clara es una economista bien formada en la UAM-Xochimilco que ha demostrado una amplia capacidad de ejecución y gestión.

A partir de buenos diagnósticos de las necesidades sociales, seriedad en la planeación, capacidad de escuchar y de promover la participación ciudadana, Brugada logró extender la presencia del Estado en una de las demarcaciones donde este estaba más ausente.

A tal punto ha probado su capacidad para gobernar y ejecutar que sus obras de infraestructura —especialmente las ya famosas “utopías”, sobre las que he escrito anteriormente en este espacio—, hoy son consideradas internacionalmente como una experiencia exitosa que inspira autoridades de otros países que visitan la demarcación. Las utopías, además, le han valido a Brugada numerosos premios internacionales.

Es falso, como algunos creen, que un perfil como este no pueda ser atractivo para la clase media, especialmente si sus estrategas de campaña lo saben explotar. ¿Por qué rechazarían a una gobernante capaz y con sentido común, que sabe administrar bien los recursos, tiene ideas innovadoras, rescata, embellece, y amplía el espacio público?

En una ciudad progresista el perfil de Brugada puede ser atractivo para una clase media que abraza el feminismo (Clara ha promovido políticas que terminaron por ser replicadas en niveles más altos, como los senderos seguros o el programa Siemprevivas), que prefiere un enfoque no estigmatizante ni prohibicionista frente a las drogas (como en los centros colibrí), que le gusta vivir en una ciudad diversa, y donde la cultura sea un derecho de todos, como hoy lo es en Iztapalapa.

La ruta es, y solo puede ser, Clara.

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Si es Harfuch, Claudia claudica

Omar García Harfuch fue un excelente secretario de seguridad durante el gobierno de Claudia Sheinbaum. Sus resultados en la reducción de la criminalidad son palpables. En esa lógica, sería el perfil perfecto —y necesario— para encabezar la estrategia de seguridad del futuro gobierno.

Resulta un extravío mayúsculo, sin embargo, pensar que un hombre como él puede dirigir los destinos de la Ciudad de México, en vez de abocarse a lo que sabe hacer mejor.

Ciertamente, el ex secretario de seguridad es quien mejor figura en intención de voto, pero también es verdad que tres de los candidatos de Morena que hoy más suenan —Clara Brugada, Mario Delgado y el propio Omar— ganarían una elección.

Ciertamente, la ventaja que Morena y sus aliados tienen hoy en la capital no es tan cómoda como a nivel federal. Si en este último caso la 4T aventaja a la oposición por al menos 16 puntos, en la ciudad la diferencia es de ocho puntos.

Aun así, Claudia Sheinbaum —en cuyas manos el presidente ha puesto la decisión— no quiere poner en riesgo la victoria. Ante ello, la ex jefa de gobierno está a punto de dar un salto al vacío. Uno que pondría el proyecto de la 4T en riesgo y tendría un costo muy alto para la izquierda.

Dejando a un lado el simbolismo que implican los orígenes familiares de Omar —que en última instancia él no eligió—, lo cierto es que sí eligió ser policía. Esa ha sido su carrera, a ello ha dedicado su vida y eso guía su forma de pensar y actuar.

En la entrevista que dio recientemente a Los Periodistas son más que evidentes las dificultades del exsecretario para hablar de otra cosa que no sea la seguridad. Simple y sencillamente carece de un discurso articulado, de una visión y un programa para la ciudad.

Los cálculos pragmáticos en política son necesarios, pero todo tiene un límite. La candidatura de García Harfuch significaría un desdibujamiento absoluto del movimiento en uno de los bastiones progresistas más importantes del país, como es la Ciudad de México.

Con un perfil así, simple y sencillamente Claudia claudica. Podrá sortear holgadamente una elección, pero empezaría su liderazgo con el pie derecho, hipotecando el futuro del movimiento y arriesgando todo un proyecto político.

Hacer candidato a Harfuch sería poner en manos de un personaje recién llegado —y cuyas verdaderas convicciones e intereses desconocemos—, los destinos de toda una ciudad, donde evidentemente el personaje se estaría posicionando como un presidenciable.

No todo triunfo es el mismo triunfo. Morena debe confiar en sus propias fuerzas. Un perfil como el de Clara Brugada, con una exitosa gestión de gobierno en Iztapalapa —la alcaldía más poblada de la ciudad— es un activo que el partido puede y debe explotar.

Si pulen al personaje, logran suavizar algunos de los rasgos que en ella se perciben como más radicales, y si ella misma acepta acercarse hacia el centro político, podría construirse una candidatura competitiva, e incluso atractiva para la propia clase media.

Pero incluso si esa opción tuviera que descartarse y fuera imperativo proyectar un perfil moderado, capaz de ser mejor recibido entre las clases medias, hay otras alternativas. Está Mario Delgado, Rosa Icela Rodríguez o incluso algún externo estilo Juan Ramón de la Fuente.

Con toda seguridad hay otras alternativas antes que tragarnos la historia del policía salvador o repetir la estrategia del político estilo “peña bombón, te quiero en mi colchón”. La izquierda se merece más que eso.

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La nueva Claudia

Unos días antes de celebrarse el proceso interno de Morena, cuando la revista Proceso llevó a portada una nota donde criticaba duramente la actuación de Claudia Sheinbaum frente a las víctimas de los sismos de 2017, la contendiente subió un tuit de respuesta: “Tuve el privilegio de conocer a Julio Scherer García, periodista excepcional. Llegué a repartir como voluntaria la revista Proceso el autoritarismo del gobierno no permitía su distribución (sic). Es una desilusión y una pena en lo que ha derivado este medio”.

A mi juicio, la reacción fue poco afortunada porque, en lugar de hacer aclaraciones o desmentir la información publicada, simplemente disparaba contra el mensajero. A juzgar por la redacción, la respuesta no parece haber sido suficientemente ponderada.

Qué distinto el mensaje que la futura candidata a la Presidencia divulgó el pasado viernes, cuando Xóchitl la acusó de estar detrás de quienes por error llamaron a demoler su casa: “Yo estoy a favor de hacer casas, no de demolerlas, como hice en la Ciudad de México. También estoy a favor de denunciar la corrupción inmobiliaria, como hice en la CDMX. La casa que me preocupa y ocupa es la casa de todos y todas”.

Qué distinto el tono de ese último mensaje. Mientras uno da la impresión de haber sido un acto impulsivo, escrito al calor del enojo, el segundo es un mensaje reflexionado que la acerca al tono de una estadista.

Pero hay más: el primer tuit se parece mucho al tipo de reacción que habría tenido López Obrador en cualquier mañanera. El segundo, en cambio, es el tono que está encontrando la propia Claudia frente a la nueva etapa que se viene.

Confieso que cuando leí aquel tuit, previo a la elección, sentí cierta preocupación. Claudia parecía estar pensando que puede responder y actuar igual que AMLO, sin darse cuenta que no es AMLO.

Aunque la ex jefa de gobierno tiene el encargo de mantener la agenda de López Obrador, junto a los valores y objetivos del obradorismo, no debiera actuar de la misma manera y abrir un nuevo frente de conflicto cada mañana. No puede pelearse con todo y contra todos.

La política es conflicto, sí, pero Sheinbaum tendrá que aprender a elegir sus batallas y darse cuenta de que hay cosas que solamente AMLO puede darse el lujo de hacer, por ser quien es.

Hago referencia a esos dos tuits porque cada uno representa una faceta distinta de Claudia Sheinbaum.

La nueva Claudia —la que surgió después de recibir el bastón de mando— es la que habla de unidad y “puertas abiertas”, la que invita a abrir el movimiento de transformación a todos aquellos que quieran sumarse, desde empresarios, comerciantes, trabajadores, personas de todas las religiones, libres pensadores, etcétera.

Aunque es pronto para saberlo, lo que este discurso y esos gestos podrían anticipar es un cambio de tono. Una ruta hacia la cicatrización que, con suerte, permitirá aproximarse nuevamente a sectores que se alejaron de la 4T, producto de una actitud que por momentos se antoja innecesariamente pendenciera por parte del Presidente.

Al mismo tiempo, la llegada de Claudia al liderazgo del movimiento, y más tarde a la presidencia, podría anticipar otros cambios positivos: entre otros, decisiones más racionales y menos voluntaristas, donde —sin hacer a un lado la sensibilidad social y política— se escuche más a los técnicos, los científicos y los expertos. Donde logremos recuperar un sentido de eficiencia en la conducción de las políticas públicas que parece haber quedado relegado a un segundo plano durante este sexenio.

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Crónica de una derrota anunciada

Con todas sus fallas y conflictividad, el proceso interno de Morena terminó por ser un ejercicio superior al de la oposición. Aunque algunos dirán lo contrario, la 4T estableció reglas claras y a nadie se le ocurrió modificarlas a mitad del ejercicio, a conveniencia y contentillo, como pasó con el abortado proceso del Frente Amplio.

Al estar dominado por la desconfianza, y la intensa vigilancia de los involucrados, la contienda morenista terminó por ser un ejercicio más riguroso. Según relatan la mayor parte de los involucrados hubo una “amplia apertura y flexibilidad” para invalidar la mayor parte de las secciones donde se presentaba algún tipo de objeción.

De ahí que en la llamada “encuesta madre” (la realizada por el partido), 36 de las 220 secciones electorales en las que se llevó a cabo el levantamiento terminaron por invalidarse. Paradójicamente, muchas de las anulaciones –que luego Ebrard utilizó para reclamar que había que repetirlo todo— fueron resultado de las propias peticiones de su equipo.

Como en todo proceso de su tipo hubo irregularidades, las cuales fueron cometidas por casi todos los contendientes. El de Marcelo –que no fue el único afectado— presentó un documento con varias evidencias, incluidos videos y fotografías que no debieran ignorarse.

En el compilado de Ebrard se puede ver cómo se involucraron indebidamente algunos funcionarios públicos (especialmente de la secretaría de Bienestar), e incluso se plancharon previamente las zonas en las que iba a realizarse la encuesta, ya fuese para repartir publicidad, hacer pintas, o inducir respuestas a favor de una candidata a partir de la promoción de programas sociales.

Estas irregularidades –que también detectaron los equipos de Ricardo Monreal y Adán Augusto, pero han preferido no impugnar para cuidar un proceso “del Presidente” y no abonar a la disputa— deben investigarse bien, recibir una respuesta por parte del partido, y en caso necesario sancionar a los responsables.

Aun así, es preciso reconocer que la cantidad de trampas difícilmente justificaría anular todo el proceso, como planteó el excanciller. Por un lado, porque la muestra —con sus 12 mil 200 encuestas y sus 969 categorías estratificadas— es suficientemente representativa y sólida como para no verse comprometida.

Y aunque la “encuesta madre” derivó en un porcentaje importante de anulaciones —en gran parte por la incapacidad de la comisión de encuestas de Morena, cuyo trabajo fue caótico especialmente los primeros dos días del ejercicio— el resultado de cuatro encuestadoras espejo (incluida la que propuso Ebrard, cosa que hay que resaltar), arrojaron un resultado muy parecido.

Los números reportados por las cuatro casas encuestadoras y la “encuesta madre”, además, coinciden en gran medida con lo que las empresas demoscópicas de mayor prestigio venían reflejando durante el último mes, donde Claudia aventajaba a Marcelo por más de diez puntos.

En cualquier caso, la realidad es que, pasara lo que pasara, Ebrard y su equipo iban a descalificar el proceso. Según numerosos testimonios, los marcelistas desde un inicio llegaron con la “espada desenvainada” y el ánimo de “reventar el proceso”.

A tal punto fue así que, en las diversas mesas de trabajo, llegaron a levantarse hasta 20 veces, bajo amenaza de retirarse de la contienda. Y es que Marcelo (tal vez a diferencia de los marcelistas) sabía que no iba a ganar, pero tenía que deslegitimar un ejercicio que traía dados cargados, no de ahora, sino desde tiempo atrás.

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El aborto del Frente Amplio

Pareciera un principio evidente de cualquier elección que, una vez establecidas las reglas, estas no se cambian a conveniencia a mitad del juego. Aun así, eso es lo que ocurrió en la contienda para nominar la candidata del Frente Amplio por México.

Según la convocatoria, una vez concluida la consulta prevista para el domingo 3 (que valía 50%) se iba a abrir un sobre que contenía el resultado de la última encuesta del Frente (que valía otro 50%). Ahí se sabría quién era el ganador o ganadora.

No fue así. Decidieron abortar el proceso y publicar días antes el resultado de la encuesta, tomándola como única referencia para declarar ganadora a Xóchitl Gálvez.

La candidatura de esta última, por tanto, es un triunfo a medias, producto de un proceso truncado que le resta legitimidad. El desenlace hace pensar que se incurrió en la simulación y en la búsqueda de imponer su candidatura a cualquier precio.

La decisión, lo sabemos bien, fue tomada por un conjunto de patriarcas (los jerarcas del PRIANRD) que se pusieron de acuerdo entre sí y terminaron por utilizar a dos mujeres como sus instrumentos.

A Beatriz la marginaron, sin permitirle competir. La dejaron fuera a la mala, después de haber hecho la más consistente y propositiva de las campañas, con trabajo político y territorial real.

Pero a Xóchitl también la perjudicaron, pues en vez de dejarla ganar por sí misma, le resolvieron las cosas como si no fuera capaz de hacerlo sola. Sobre su media victoria pesa ahora la sombra del descrédito y la imposición de la partidocracia y los grupos de poder fácticos.

Nunca sabremos realmente quien habría ganado el proceso.

No olvidemos que la primera encuesta que realizó el Frente le daba a Xóchitl apenas una ventaja de 3.2 puntos sobre Beatriz, en vivienda. La ventaja de la panista sobre la priista se dio sobre todo en encuestas telefónicas, cuya confiabilidad es menor.

Por eso, a pesar de la ventaja de 15 puntos que Xóchitl tenía sobre Beatriz, en la última encuesta del Frente, Beatriz estaba bien posicionada para sacarle un susto a Xóchitl en la consulta.

De los 450 mil que firmaron para respaldar, al menos 250 mil eran fácilmente identificables y ubicables, según el equipo de la tlaxcalteca, el cual tenía una buena capacidad para movilizar a sus seguidores en el terreno.

Muy distinta era la situación de la hidalguense, cuyos simpatizantes están mucho más dispersos, pues buena parte de ellos los obtuvo recientemente a través de las redes sociales y es gente que está lejos de poder movilizarse para ganar una elección.

Siguiendo las reglas con las que fue concebido el proceso, el inesperado crecimiento de Beatriz complicó la elección, ya que el comité organizador no había previsto una solución para el caso de que una candidata ganara la encuesta y otra la consulta.

Por lo visto, semejante escenario empezó a visualizarse en algún momento y los dirigentes partidistas, junto al grupo de empresarios que financian a Gálvez Ruiz, tuvieron miedo de que su candidata perdiera.

Es probable también, como señalan algunas fuentes, que desde el año pasado existiera un acuerdo entre Alito Moreno y Marko Cortés para que el PRI se llevara las candidaturas a gobernador en Coahuila y Estado de México, y el PAN llevara mano en la Presidencia y la Ciudad de México. Un triunfo priista ahora venía a descuadrar esos arreglos.

Fue así como la dupla Alito-Cortés no tuvo otra alternativa que imponer una decisión cupular, sin importar que defraudaran a más de dos millones de personas que creyeron en su proceso “ciudadano”.

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Beatriz vs Xóchitl

La disputa final por la candidatura del Frente Amplio ha quedado entre dos mujeres, cosa que no parece casual, cuando el obradorismo estará postulando a una.

Dos mujeres que utilizan huipil, reivindican sus raíces indígenas y tienen un discurso de tintes relativamente progresistas, al punto que ambas llegaron a tener acercamientos con la 4T.

Tanto Beatriz Paredes como Xóchitl Gálvez han ejercido cierta disidencia ideológica dentro de sus partidos. La tlaxcalteca, con su discurso socialdemócrata en tiempos de un PRI neoliberalizado; la hidalguense, con una postura “progre” o liberal dentro de un partido conservador como el PAN.

La oposición no está presentando a un Bolsonaro o a un Milei. El posible equivalente a estos personajes —Lily Téllez— quedó muy pronto fuera de la contienda, mientras que Eduardo Verástegui no pasa de ser un mal chiste. Tenemos la suerte de que la ultraderecha no asoma la cabeza en nuestro país… por ahora.

El hecho de que Xóchitl y Beatriz estén entre las finalistas tienen dos posibles lecturas: una es que la 4T ha alcanzado cierta victoria cultural, donde hoy nadie sin una mínima sensibilidad social tendría posibilidad de ser competitivo electoralmente.

Otra lectura posible es que, en la recta final del proceso, se ha quedado lo más decente de la oposición (o lo menos indecente, dirán algunos), en la medida en que Gálvez y Paredes representan lo menos viciado dentro de sus partidos, lo poco presentable que tienen.

Por eso he insistido en que la discusión de fondo no está en las cualidades personales de una u otra, sino en quienes son sus compañeras y compañeros de viaje.

Al final, es bien sabido que ni Beatriz ni Xóchitl atravesarán las puertas de Palacio Nacional. El problema es lo que podrían habilitar con su nominación: la cantidad de personajes impresentables que, a través de una u otra, se estarán colando a espacios de representación.

A esta altura, Xóchitl lleva las de ganar. Ciertamente, Beatriz tiene más preparación, más conducta de estadista y rigor intelectual, si se quiere. Es más prudente y mete menos la pata en sus declaraciones.

La hidalguense, sin embargo, es más carismática, fresca y espontánea. Mientras Beatriz tiende a la frialdad, Xóchitl es de sangre ligera, tiene una buena dosis de sentido del humor y la habilidad de caer bien a cualquiera.

El atractivo de Xóchitl se antoja superior al de Beatriz, pues mientras esta última ha sido siempre una mujer de partido —disciplinada, contenida y mesurada—, la otra proyecta rebeldía, el perfil antisistema propio de una outsider que ha tomado distancia de la partidocracia y ha sabido venderse como más “ciudadana”.

Pero hay una diferencia adicional, no menor: mientras Beatriz ha adoptado una línea propositiva y ha dicho claramente que ella no está “obsesionada” con López Obrador (cosa que es de celebrarse), Xóchitl ha abrazado ese discurso antiobradorista que tanto vende entre la clase media aspiracionista a la que está logrando interpelar.

Probablemente esa estrategia, de corte estridente, sea más eficaz en tiempos de polarización, que abrazar posturas más racionales y sensatas, como lo ha hecho Paredes.

Al final, todos sabemos que el gran elemento aglutinador de esta oposición es el antiobradorismo. Que independientemente de los foros que hagan para disque tener una agenda, un proyecto de país y una visión de futuro, su verdadera razón de ser y existir es explotar esa pejefobia que anida en un sector de la sociedad.

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La realidad de Marcelo

Cada vez suenan más las especulaciones en torno a una posible salida de Marcelo Ebrard de Morena para lanzarse por la libre a la Presidencia.

Sostengo que eso difícilmente ocurrirá, pues tendría poco que ganar y mucho que perder. Además, el Presidente ha conducido la sucesión con tal habilidad que si el excanciller rompiera quedaría como un “ambicioso vulgar”.

No olvidemos que López Obrador le concedió a Marcelo muchas de sus peticiones de cara a este proceso, incluso le permitió poner las reglas. Pidió que los contendientes dejaran sus cargos y se le concedió. Pidió que la encuesta fuera supervisada y se invitaron encuestadoras espejo.

El problema de Ebrard es que él mismo diseñó y aceptó las condiciones del juego; se dispuso a legitimar el proceso, a pesar de que siempre hubo dados cargados, que el aparato de Estado jugó desde un inicio a favor de una de las contendientes.

Además, Marcelo aceptó entrar a una competencia con reglas muy ambiguas y sujetas a amplios márgenes de interpretación. Un proceso regido por una convocatoria informal, apenas delineada en siete laminillas de un Power Point. No hay que perder eso de vista.

Para muestra, una regla establece que entre las encuestadoras espejo no podrán participar aquellas que “en el pasado reciente hayan presentado resultados discordantes o manifiestamente discordantes respecto de los resultados electorales”.

El significado de las palabras “reciente” o “manifiestamente discordante” se prestan a mucha subjetividad, cosa que quedó clara en la agria discusión que el jueves tuvieron tres representantes de las corcholatas con Mario Delgado.

Ahora, a días de comenzar a celebrarse la encuesta, Marcelo sale duramente a cuestionarlo todo. Todo eso que siempre supimos y él mejor que nadie supo desde el comienzo. ¿Es creíble lanzarse así, a decir las netas, cuando ya vas perdiendo?

No deja de llamar la atención la seguridad con la que MEC aseveró en su conferencia de prensa del miércoles tener ventaja sobre Sheinbaum. Incluso que afirmara con certeza absoluta que las encuestas que no lo hacen están “evidentemente pagadas” y son las mismas que “se han venido equivocando recurrentemente”.

¿Y en qué fuentes basa esa afirmación? En una encuesta propia que no nos dice siquiera quién la elaboró.

De forma insólita, una hora después de sus declaraciones Marcelo subió un tuit donde divulgó una encuesta de Rubrum, la cual le da una ventaja de más de siete puntos sobre Sheinbaum, según él muestra irrefutable de que va ganando.

Vale la pena mencionar que a esa encuestadora desconocida no figura en el padrón del INE ni entregó su base de datos como lo exige el organismo. Incluso que el ejercicio estadístico en cuestión resultó de una encuesta telefónica.

La argumentación del excanciller hace agua cuando vemos que Rubrum dio por ganador a Ricardo Mejía en la interna morenista de Coahuila, con casi siete puntos sobre Guadiana, al igual que a Enrique Vargas frente a Alejandra del Moral, al medir a los favoritos para encabezar la Alianza en Edomex.

Ebrard ha hecho una serie de señalamientos duros sobre el piso disparejo en esta contienda, varios de los cuales son atendibles. Sin embargo, llegan tarde.

La triste realidad del buen Marcelo es que él mismo aceptó jugar en estas condiciones y con esas reglas, y así consintió legitimar un proceso cuestionable desde su origen.

En un contexto así, no es difícil que sus palabras dejen de leerse como un acto de chantaje y desesperación.

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«Estos libros me ofenden»

Pocos temas han movilizado tanto a la derecha y a las clases media en México como los libros de texto. Conocedor de nuestra historia, AMLO sabe que este ha sido uno de esos asuntos que históricamente han logrado sacar a las calles a los grupos conservadores.

Ejemplo de ello fue ese gran movimiento que se creó en contra de los libros de texto, cuando aparecieron los primeros durante el gobierno de Adolfo López Mateos.

¿Por qué pese a esa experiencia histórica, el Presidente dejó correr unos nuevos libros que evidentemente estaban llamados a generar molestia? ¿Por qué incluso encomendó a Marx Arriaga —un auténtico agente provocador del sector fifí— la responsabilidad en esta materia?

Quizás para eventualmente propiciar una reacción conservadora que le permita alimentar la disputa política y atizar el fuego de la polarización.

Dejando fuera de esta reflexión las múltiples “áreas de oportunidad” en los nuevos libros de texto, no está de más notar cómo esta polémica ha hecho revivir algunas posturas y discursos que creíamos en el basurero de la historia. El macartismo, sin ir más lejos.

Paradójicamente, los mismos que critican a los libros de texto por pretender “adoctrinar a nuestros niños”, presentan argumentos en contra de los libros absolutamente ideológicos, algunos de ellos tan risibles como el llamado “virus comunista”.

Después de todo, “¿cuándo los libros de texto no expresaron una ideología?” Lo gracioso es que la derecha cree siempre que su sistema de pensamiento es algo así como el sentido común o la ley de la gravedad. Que sus dogmas no son ideológicos.

Hace unos días hice un ejercicio antropológico en dos puntos distintos de la capital: durante dos horas me di a la tarea de entrevistar a personas de nivel socioeconómico alto, en Polanco, y nivel medio bajo en el metro de la Ciudad de México y un mercado público.

Al desplazarme por los vagones del metro, me di cuenta de entrada que la cantidad de gente que había escuchado hablar del tema de los libros es muy inferior a lo que pensaba (sí, no todos viven en la subrepública del Twitter).

Encontré también que ese sector al que el Presidente se refiere como “el pueblo” expresó puntos de vista más mesurados y sensatos, que esos grupos más acomodados que algunos creerían mejor informados. “Realmente no puedo opinar porque no los he leído”, me contestaron un buen número de representantes del pueblo llano.

Ni hablar cuando les pregunté si estamos ante textos “comunistas”. Más de uno lanzó una carcajada o me miró con cara de “what?”. “Quién sabe qué fondo tendrán esos rumores, pero los rumores, rumores son”, contestó una señora que vende pollos en el Mercado Juárez, una buena representante del “pueblo sabio”.

Qué distintas las reacciones que encontré en las inmediaciones del Parque Lincoln, donde las respuestas de los sectores más pudientes sobre el tema están hiper contaminadas de preconceptos, todos ellos expresados con enorme suficiencia, como si efectivamente hubiesen revisado los nuevos materiales educativos.

“Mira, prefiero que ni me preguntes porque este tema me produce ira”, me contestó una señora de unos sesenta y largos, que luego agregó: “Están atentando contra la naturaleza, contra la fe, contra la decencia, contra la moral…contra todo”. Acto seguido, exclamó: “estos libros están absolutamente ideologizados y me ofenden”.

Véalo usted mismo…

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Dudas sobre la encuesta de Morena

Faltan solo tres semanas para que comience a levantarse la encuesta de la que surgirá la candidata a la presidencia de la República por la 4T. El ejercicio comenzará el 28 de agosto y concluirá el 3 de septiembre; el día 6 se anunciará el nombre de la afortunada.

Hasta ahora solo hay lineamientos generales del proceso. Aún no se anuncia qué preguntas se harán, ni el puntaje que se le asignará a cada pregunta. Están en la indefinición algunos elementos importantes para dar credibilidad y certeza.

A la industria de los encuestadores le preocupa, en general, que la comisión de encuestas de Morena sea la que realice el muestreo, establezca las reglas metodológicas y procese los resultados, según puede leerse en la convocatoria (en realidad un simple Power Point).

El papel de las cuatro encuestadoras que serán seleccionadas a mediados de este mes, a partir de las propuestas que realicen las distintas corcholatas, estará más que acotado, por no decir que jugarán un rol secundario. De hecho, su intervención se limitará a aportar el personal que levantará los datos en campo.

Será la comisión de encuestas de Morena, y no las empresas demoscópicas, quien elabore la muestra de las secciones electorales en las cuales se llevará a cabo el ejercicio. ¿Y cómo es que esa comisión realiza la muestra? A través de un programa que lleva a cabo el ejercicio de forma aleatoria, es la respuesta que me dieron en la dirección nacional.

Y aunque varios encuestadores consultados para esta columna señalan que los diseños muestrales del partido guinda no suelen estar mal planteados, al menos creen que es clave que se les permita validar la muestra, no simplemente que Morena la determine.

Este no es un asunto menor, pues desde la forma en que se elabora una muestra se puede generar un sesgo. “Por ejemplo”, explica Rodrigo Galván de Las Heras, “si se hacen más entrevistas en la Ciudad de México saldría beneficiada Claudia, si se hacen más entre secciones de clase media, la cosa puede inclinarse hacia Marcelo”.

Entre los encuestadores que consulté –y hasta entre dirigentes morenistas– generó una enorme extrañeza la reciente declaración de Mario Delgado, cuando en una entrevista con Ciro Gómez Leyva anunció que la muestra será dada a conocer públicamente dos o tres días antes de que se lleve a cabo el levantamiento.

No es claro si el presidente de Morena estaba plenamente consciente al realizar esa afirmación (lo busqué insistentemente sin éxito), pero hacer algo así permitiría que los equipos territoriales de las corcholatas se trasladen a esos sitios a “operar”, y hasta sean capaces de alterar el resultado.

Anunciar la muestra con anticipación, señaló Jorge Buendía, otro importante encuestador, afectaría la “confidencialidad del proceso que debe cuidarse en todo momento”. Incluso Paco Abundis, cercano a Morena y al propio Mario, señaló para El Octágono que sería muy grave que tal cosa ocurra.

Otro elemento que preocupa es que un ejército de observadores –uno por cada una de las seis corcholatas– estaría acompañando a los encuestadores en sus visitas domiciliarias, más un coordinador designado por la comisión de encuestas. Digamos, unas ocho personas.

Este parece ser otro grave error metodológico. Como señaló un funcionario de INEGI, “está probado que eso no funciona, la gente difícilmente le abre la puerta a tantas personas”.

Resta mucho trabajo por hacer para que el resultado del 6 de septiembre sea realmente incontrovertible. Tic, tac, tic, tac.