El dilema de la sucesión presidencial

No es fácil para los liderazgos carismáticos resolver los procesos sucesorios. Sabemos bien que el carisma no es un rasgo hereditario. Por lo general, cuando líderes políticos del tamaño de López Obrador abandonan el poder dejan un vacío difícil de llenar.

En otros tiempos y latitudes, cuando este tipo de personajes se marchan se han visto luchas fratricidas que generan inestabilidad política, o incluso traiciones que llevan al abandono de agendas transformadoras. El Presidente quiere evitar estos riesgos.

Es evidente que AMLO está viendo con creciente preocupación una posible ruptura dentro de un movimiento político que surgió aglutinado en torno a su persona.

En lo electoral, el resultado del domingo pasado en el Estado de México, donde Morena solo ganó por 8 puntos (y no los 20 que algunos vaticinaban), debe haberle hecho pensar al Presidente que cualquiera de las cuatro corcholatas que decida romper podría poner en riesgo la victoria en 2024.

El nada despreciable resultado de Ricardo Mejía en Coahuila –aún sin tener el aval obradorista– refuerza esta misma tesis. AMLO comprendió a partir de esta elección que es necesario tener un plan B para el perdedor (incluso un plan C y D para el tercero y cuarto lugar).

Por eso es tan interesante lo que ocurrió el 5 de junio en esa famosa cena con las llamadas corcholatas, donde aparentemente se definió que el segundo y tercer lugar coordinarán a Morena en las cámaras de Senadores y Diputados.

Lo que vimos fue un muy anticipado reparto de poder, pero también una forma de evitar una crisis de gobernabilidad. En lo interno, porque quien finalmente sea el presidente necesitará el apoyo de los otros tres. En lo externo, porque habrá que negociar en el Congreso, donde no será fácil para Morena tener una cómoda mayoría.

En ese sentido, el Presidente sabe que solo Claudia Sheinbaum puede garantizar la continuidad, pero también está consciente de que, en caso de llegar, no tendrá la fuerza política necesaria, e incluso necesitará de buenos negociadores y profesionales de la política.

Marcelo ha demostrado ser uno de ellos. Es innegable que esta semana el todavía canciller pudo y supo hacer lo que muy pocos: ponerle la agenda a López Obrador.

Al respecto, vale la pena recuperar la carta que el canciller le mandó a Mario Delgado el 11 de diciembre, donde planteaba tres demandas principales, una de ellas la renuncia anticipada de los contendientes a sus puestos, donde predicó con el ejemplo al madrugar a sus contrincantes.

Es evidente que ni a Claudia Sheinbaum ni a Adán Augusto les convenía dejar sus cargos, especialmente el segundo, quien sin la secretaría de Gobernación perderá todo lo que hasta ahora le ha dado tracción a su candidatura y capacidad de operarla políticamente.

Aparentemente, Ebrard habría logrado otra victoria más: vetar a tres de las encuestadoras que demostraron el peor performance en Edomex, y que hasta ahora han sido empleadas por el partido en sus encuestas: Mendoza, Blanco y Asociados; Covarrubias y Enkoll. Habrá que ver ahora quiénes harán la encuesta y de qué manera.

Un punto particularmente interesante de la carta que Marcelo envió a Delgado es la demanda de que la encuesta no solo sea realizada, sino también supervisada –subrayo esta palabra—de manera independiente. Ahí posiblemente esté un elemento clave que podría darle al proceso interno la credibilidad necesaria.

Probablemente esto habrá de definirse este domingo en el Congreso Nacional de Morena o en los días sucesivos.