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Desde el obradorismo crítico

Mi obradorismo nació de la razón, no del fanatismo ciego o de un interés personal.

El movimiento que fundó López Obrador –el mayor líder social y político desde Lázaro Cárdenas— no solo requiere de cuadros militantes aguerridos, también del discernimiento crítico. Tener reservas ante una reforma que considero peligrosa –como es la judicial– no es “dar el gibranazo”, volverse calderonista o convertirse en Denise Dresser.

Para mí, el gobierno que termina tiene una trascendencia extraordinaria, por los cambios que en el plano simbólico y en la realidad tangible tuvieron lugar durante estos años. Porque AMLO, con su voluntad de hierro, logró romper las inercias de la política tradicional y ampliar los límites de lo que creíamos posible.

López Obrador dignificó a los abajo como pocos y colocó a los pobres en el centro. Aunque poco se logró en salud y educación, durante su gobierno los programas sociales se convirtieron en derechos, los ninis pasaron a ser jóvenes construyendo el futuro, más de 9 millones de personas salieron de la pobreza, el salario mínimo se duplicó en términos reales, el desempleo de los trabajadores formales se llevó a uno de sus mínimos históricos, se invirtió en el rezagado Sureste como nunca antes y vimos una reducción sin precedentes de la desigualdad en la distribución del ingreso (no en la riqueza). El presidente, además, reeducó a los de arriba en la idea, no meramente retórica, de que “por el bien de todos, primero los pobres”.

Su agenda de austeridad republicana vino a modificar toda una cultura de excesos en el poder público. A partir de ahora, no será tan sencillo para los funcionarios públicos ostentarse como faraones, ni acceder descaradamente a la función pública para volverse ricos, pese a que algunos sí lo hicieron en este sexenio.

Allí donde era necesario, AMLO supo ser pragmático, al conservar la estabilidad macroeconómica y mantener funcional la relación con Estados Unidos en uno de los momentos más difíciles para la relación bilateral.

AMLO hizo un profundo y necesario cuestionamiento a nuestra democracia realmente existente, esa que atinadamente caracterizó como “una oligarquía disfrazada de democracia”, donde la élite política gobernaba para un 30% e ignoraba la existencia del 70% restante. Lo que hoy tenemos se acerca más a un gobierno de las mayorías, para las mayorías.

Sin embargo, el último paquete de reformas políticas despierta dudas sobre la disposición del obradorismo para autocontenerse y someterse a un conjunto de contrapesos legales que también son necesarios en esa república democrática en la que muchos queremos vivir.

Aparentemente, hacia el final de su mandato, AMLO se convenció de que la capacidad de la 4T para seguir transformando el país depende de concentrar poder y encuadrar al poder judicial, incurriendo una vez más en el vicio de cierta izquierda que no logra conciliar justicia social con democracia.

¿Significa eso que ya se ha establecido aquí una “autocracia constitucional” o un régimen autoritario? No. Mucho dependerá de la forma en que se implemente la reforma. Aún así, es válido expresar dudas sobre si es que podríamos estar avanzando en esa dirección. Ojalá que Claudia Sheinbaum no lo permita.

Nota: La próxima semana estaré despidiéndome de las páginas de El Universal, al que le agradezco el espacio de libertad que me brindó todos estos años. Seguiré expresando una postura desde la simpatía crítica donde la nueva realidad lo permita.

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La sonrisa de AMLO

La sonrisa de Anaya se desdibuja y se convierte en una mueca de agonía. Mientras tanto, Andrés Manuel ha sido capaz de transformar el miedo, la paranoia y la angustia en alegría. El tabasqueño ahora sonríe con una intensidad nunca antes vista. Votaré por él porque, a pesar de sus defectos, sus cualidades responden a varias necesidades del momento. Estas son algunas de ellas:

1. Es monotemático hasta la náusea en el combate a la corrupción. Ha mostrado ser honesto y vivir de forma austera, al menos mucho más que el resto de la clase política. Su estrategia para luchar contra la corrupción puede parecer simplista para algunos —seguramente habrá que afinarla y detallarla mucho más—, pero no hay duda sobre el énfasis en separar el poder económico del poder político, la narrativa central de su campaña.

2. Politiza las desigualdades. Hay quien acusa a AMLO de dividir a la sociedad entre ricos y pobres, fifís y fofós. Lo que en realidad divide a nuestra sociedad son las enormes desigualdades que padecemos. Lo que hace este candidato es colocar el tema sobre la mesa. Y no sólo habla del asunto —eso hoy lo hace cualquiera— también moviliza emociones y voluntades en torno a esta cuestión.

3. Representa una oportunidad histórica para una opción de centro-izquierda. Para algunos tal vez no enarbole la opción radical que quisieran, para otros no será su sueño de “izquierda moderna”, pero Morena es hoy la izquierda posible, la que puede ganar. No habiendo gobernado a nivel nacional, como en varios países de América Latina, ¿por qué no darle una oportunidad?

4. Es auténtico y habla un lenguaje sencillo. Su personalidad puede o no gustar, pero no hay duda sobre su autenticidad. Eso lo distingue de la clase política tradicional, acostumbrada a la mala actuación y a la falsedad, tan bien representada en la sonrisa de Anaya, como lo escribí en mi última entrega (https://goo.gl/jLZDTP). Su forma de hablar —su “pobreza de lenguaje”, como algunos dicen— es una cualidad en un país en el que la tecnocracia ha expropiado el lenguaje de la política para excluir de ella al pueblo llano.

5. No teme al conflicto. A diferencia del político promedio, típicamente pusilánime, AMLO entiende que la política también es conflicto (le debo esta reflexión a Javier Tello). Esa cualidad importa porque una política que se quiere transformadora requiere administrar ciertas dosis de conflicto y disenso democrático real. Lo otro es la paz de las catacumbas, la preferida por timoratos y conservadores.

6. Su origen social. AMLO no viene de la pobreza, pero, al haber nacido en una familia de clase media baja ubicada en un pequeño pueblo sin servicios básicos, está lejos de representar el perfil de la élite que ha gobernado este país, del mirreynato y la güeritocracia. Desde luego que el origen social no garantiza una agenda a favor de los sectores marginados, pero permite representarlos simbólicamente y reivindicarlos.

7. Es disruptivo y osado en sus planteamientos y estilo personal de ejercer la autoridad. Formará el primer gabinete paritario en la historia de México, uno que incluye además a varios jóvenes y perfiles distintos a la política convencional. Haber incorporado a Tatiana Clouthier, como su coordinadora de campaña, y a Olga Sánchez Cordero, en Gobernación, son uno de sus grandes aciertos. Sus perfiles complementan a López Obrador e incorporan temas, agendas y estilos que no necesariamente caracterizan al candidato.

8. Su megalomanía. Al punto quizás de la obsesión, AMLO quiere pasar a la historia, convertirse en un estadista. Esto que a algunos escandaliza tanto (quizás porque prefieren a un gerente que a un líder) es también un sentido de grandeza. Se trata de una cualidad porque lo vacuna frente a la mediocridad generalizada y lo distingue frente a la vulgaridad de muchos políticos. A AMLO le preocupa demasiado su lugar en la historia como para darse el lujo de ser un presidente intrascendente. Dudo sinceramente que lo sea.

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El poder del dinero en la elección de jueces

La legislación mexicana establece límites al financiamiento privado de los partidos políticos. Sabemos, sin embargo, que esa legislación es un chiste: en todos los comicios vemos candidatos de cualquier sigla que rebasan por mucho los topes establecidos.

Se ha vuelto una práctica común violar la normatividad electoral y más tarde pagar las sanciones correspondientes. Casi se podría decir que los partidos guardan una porción de sus recursos para hacer frente a las multas que deberán pagar.

Un fuerte indicio del flujo de dinero ilegal durante las campañas es el aumento del circulante en periodos electorales. En 2018, entre febrero y marzo, hubo un incremento de 43 mil millones de pesos en efectivo en relación con años anteriores (datos de Banxico).

Durante el proceso interno de Morena fuimos testigos de la forma en la que las corcholatas gastaron ingentes cantidades de dinero en publicidad. Bastaba con salir a la calle para darse cuenta que casi todos utilizaron mucho más que esos 5 millones de pesos que el partido les dio a cada uno.

El financiamiento ilegal siempre ha estado ahí, nunca se ha podido evitar. En el mejor de los casos, la autoridad electoral aplica una sanción económica que, a juzgar por los resultados, los partidos están dispuestos a pagar sin que les genere mayor problema.

La iniciativa de reforma al Poder Judicial prohíbe la participación de partidos políticos y la propaganda en las elecciones a juecesmagistrados ministros. En teoría, la campaña consistirá en debates organizados por el INE y en espacios que los medios de comunicación habiliten para que las personas juzgadoras expongan sus ideas. En esa lógica no se contempla financiamiento alguno para los candidatos, ni público ni privado.

Pero eso solo es en teoría. No tardarán en aparecer los espectaculares de la revista patito que traerá en portada al candidato Chuchito Pérez que quiere ser ministro de la Corte o magistrado de circuito. ¿De dónde saldrá el dinero para eso? ¿Cómo se pagarán los viajes que los candidatos hagan por distintas ciudades del país y todos esos gastos que implica hacer una campaña?

Podemos establecer prohibiciones y tener una legislación estilo Dinamarca, como tanto nos gusta hacer en México. ¿Pero qué nos hace pensar que esta vez las reglas se respetarán y podremos hacer que se cumplan?

El caso estadounidense nos puede servir para calcular lo que puede pasar en nuestro país. Diversos estudios muestran cómo las contribuciones a las campañas predisponen a los jueces a resolver casos a favor de sus donantes (que en México serían donantes ilegales).

En Estados Unidos se ha observado una tendencia creciente de los gastos de campaña en las elecciones para jueces y está comprobado que los grupos de interés aportan frecuentemente recursos a sus candidatos predilectos.

Un caso que llama la atención es el del Comité de Acción Política por la Justicia Judicial en Texas el cual aportó 4.5 millones de dólares. Esta organización fue financiada por empresas del ramo petrolero. Una de estas es la empresa Apache, que donó 250 mil dólares, justo cuando enfrentaba una sentencia condenatoria por 900 mil dólares debido a discriminación laboral. En primera instancia, la Corte Suprema de Texas se había negado a atender la apelación de la empresa Apache, pero finalmente, tras el donativo, desestimó la decisión del jurado. Los 900 mil dólares que hubieran tenido que pagar recompensaron con creces los 250 mil que donaron.

Una encuesta nacional del Centro Brennan señala que en Estados Unidos la gran mayoría de la gente considera que el financiamiento de las campañas influye en las decisiones judiciales de los jueces: 59% considera que influye mucho, 28% que influye algo, 8% que influye poco y solamente 2% que no influye nada.

Evidentemente, lo que ocurre en el Poder Judicial es de enorme interés para los poderes económicos que ya inciden en distintos niveles de la justicia. Al elegir a las personas juzgadores por voto popular, corremos el riesgo de que se replique el financiamiento ilegal que ya impera en las campañas electorales normales.

Si vamos a continuar por este camino, como todo parece indicar, será de suma importancia crear en la legislación secundaria instrumentos reales de sanción que eviten que quienes aspiren a algún cargo en el Poder Judicial no reciban cualquier tipo de financiamiento, para así evitar que lleguen a sus puestos con una carga de favores que pagar.

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El «feminismo silencioso» de Beatriz

Durante el mandato de Andrés Manuel López Orador, la oposición recurrentemente ha retratado al presidente como un macho, un machista y un hombre insensible a la agenda feminista. Crítica injusta, pues si así fueran las cosas AMLO nunca hubiera creado el primer gabinete paritario de nuestra historia ni se habría inclinado por una mujer para sucederlo.

Más aún, un hombre machista habría estado acompañado de una mujer dócil, complaciente, dedicada a sonreír en actos públicos y a hacer lo que la sociedad machista suele esperar de las mujeres: que sepan agradar y quedar bien.

Beatriz Gutiérrez Müller es todo menos eso. Es una mujer con un carácter fuerte y firme, que dice lo que piensa y siente. Así lo hace en su más reciente libro, “Feminismo Silencioso”, el cual entiende como una postura donde ellas reivindican su lugar en la sociedad, no a partir de publicitarse con grandes palabras, sino a partir de acciones concretas.

En otras ocasiones hemos hablado de los muchos paradigmas que la 4T ha venido a transformar en el plano simbólico. En torno a eso que llaman “la pareja presidencial” podemos agregar algo más que para muchos ha pasado inadvertido, pero que se evidencia en esta obra: la manera en la que se rompió con la tradición de la “primera dama”, tanto en la forma como en el fondo.

Gutiérrez Müller sostiene, con razón, que esta figura no solo tiene una carga clasista –por suponer que una mujer está por encima de las demás, por distinguirla como una “dama” sobre el resto–, sino que además representa “un anacronismo antagónico a una república democrática del siglo XXI”.

A lo largo de estos años, no cabe duda de que cambió el papel de la esposa del presidente, ese que por tradición –no porque esté plasmado en la ley, nótese— encabezaba el DIF, desempeñaba actividades filantrópicas, se ocupaba de asuntos sin importancia o, en el peor de los casos, esperaba al marido en casa.

Con Beatriz se sentó un precedente distinto, donde la esposa del presidente no tiene un rol predestinado que cumplir, y en cambio ha podido elegir libremente lo que quiere hacer, que en este caso fue priorizar su propia carrera profesional y ocuparse de su hijo.

Beatriz anticipó de esta forma, en una entrevista, su manera de ver las cosas: “Yo tenía un trabajo y consideré que no tenía por qué dejar mi trabajo para acompañar a mi esposo que cambió de trabajo”.

Lo que tuvimos, en ese sentido, fue un acto de reivindicación simbólica, donde la esposa del presidente, en vez de ser protagónica en tanto “la esposa de”, mantuvo el perfil de una profesionistaacadémica escritora, mostrándose no solo como una “ciudadana con vida propia”, sino como alguien que desde los 18 años tiene “sus propios ingresos, autonomía laboral independencia económica”.

La verdad es que, si comparamos a este personaje con la frivolidad de La Gaviota, los escándalos de Martha Sahagún, el conservadurismo de Margarita Zavala o con otras mujeres que acompañaron a nuestros presidentes, Beatriz probablemente es uno de los perfiles más interesantes que hemos tenido hasta ahora. Lo es, especialmente, por su empeño en realizarse y trascender a partir de su talento y esfuerzo.

“Todo lo que acontece en la esfera pública y me involucra se desvanecerá tan rápidamente como apareció”, sentencia Gutiérrez Müller en este libro, quien pese al lugar que ha ocupado estos años no parece haber dejado de mantener los pies en la tierra. Y es que, para ella, casarse con un gobernador, un diputado, un senador o un presidente no es ningún mérito y “tampoco es un título”. En última instancia, recuerda con razón, a ella nadie la votó.

El libro de Beatriz Gutiérrez Müller, “Feminismo Silencioso” también es una fuerte crítica a la forma en que nuestra sociedad machista concibe y trata a las mujeres en posiciones de visibilidad pública. Al respecto recuerda cómo cada vez que ella aparece en algún acto público, junto al presidente, la noticia del día siguiente tiene que ver con la manera en que iba vestida, con su peinado o su apariencia física. Eso rara vez ocurre con los hombres.

Beatriz denuncia también la indagación constante y desmedida frente a lo que hace y asegura que no pasa lo mismo con las parejas hombres de las mujeres en cargos públicos relevantes, sobre las cuales nunca vemos el mismo nivel de escrutinio. De hecho, nada sabemos de ellos, señala, e incluso es probable que a esos hombres se los celebre por hacerse cargo de sus hijos mientras la madre trabaja (cosa que jamás se le reconocerá a una mujer).

En las últimas páginas, Beatriz vaticina que seguramente el camino del esposo de la próxima presidenta será menos pedregoso que el suyo, pues no tendrá que hacer tantas aclaraciones ni le pedirán tantas explicaciones. E ironiza: “No creo que su traje de gala en la noche del 15 de septiembre acapare titulares, ni le reclamen tener su propio trabajo; antes bien, lo admirarán por su independencia laboral y su independencia económica, no subordinada a su esposa… Le irá mucho mejor que a mí. Estoy segura de ello”.

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¿Qué reforma judicial necesitamos?

Al centralizar la discusión de la reforma en la elección popular de jueces y ministros –compleja e inoperante–, estamos perdiendo la oportunidad de poner sobre la mesa las verdaderas razones por las cuales nuestra justicia no funciona. Hay muchos otros asuntos de qué hablar, algunos de los cuales reviso en mi artículo de El Universal.

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El apabullante triunfo morenista

El apabullante éxito de Claudia Sheinbaum le debe mucho a la popularidad del presidente López Obrador en una elección que fue un gran plebiscito frente a una gestión que ha logrado cambiar la vida de millones de personas.

Aun así, la primera mujer electa presidente de México –que recibió 5 millones de votos más que AMLO en 2018— tuvo su propio mérito, pese a que algunos se lo busquen regatear.

La candidata pudo moverse exitosamente en dos planos: uno de carácter racional, donde siempre estuvo su fuerte, y otro de tipo emocional que fue capaz de desarrollar a lo largo de la contienda.

En el primer ámbito, Sheinbaum pudo mostrarse como una candidata preparada y de buenos resultados; actuó como una política disciplinada a lo largo de la campaña, y mostró su capacidad para ser la continuadora del proyecto obradorista. Claudia tenía que subirse a un barco y supo cómo navegar en él y llevarlo a buen puerto.

En el segundo plano, el emocional, la candidata también logró una conexión con la gente que algunos anticipábamos difícil. La propia Sheinbaum supo trabajar en algunas de sus propias limitaciones de origen, y lo hizo bien. Una figura que nos habíamos acostumbrado a ver con rostro adusto, empezó a sonreír y se fue soltando cada vez más. Una política que se veía fría y distante logró ser empática y mostrarse cariñosa. Claudia disfrutó su campaña y se notó.

Pero el resultado de esta elección sorprende mucho más allá del desempeño obtenido por Claudia Sheinbaum. Lo que más llama la atención es la mayoría alcanzada en el Congreso y la conquista de siete de nueve gubernaturas que estuvieron en disputa.

Llama particularmente la atención el caso de Yucatán, donde el oficialismo se llevó la gubernatura pese a que la popularidad del panista Mauricio Vila supera el 60%. Incluso uno podría haber esperado que no les fuera tan bien en algunas entidades donde los gobernadores de Morena no están bien evaluados o se han visto involucrados en presuntos casos de corrupción. Aún así, en estados como Morelos y Veracruz ganaron las gubernaturas por 18 y 28 puntos respectivamente.

En el mes de febrero del 2024 Cuauhtémoc Blanco en Morelos tenía una aprobación de apenas 31.5%, mientras que en abril de 2024 la popularidad de Cuitláhuac García apenas lograba superar el 40%. En Veracruz, además, Rocío Nahle estuvo involucrada en diversos escándalos. Aun así, las candidatas de la 4T aventajaron.

Incluso en la Ciudad de México, donde contra toda evidencia se intentó vender la idea de que la ciudad estaba en riesgo, Clara Brugada se impuso sobre Taboada por 12 puntos. Al final se demostró falsa la idea de que un perfil como el suyo no podía ganar la elección.

La fuerza del obradorismo, además, resultó apabullante en seis entidades de la República, donde la victoria de la candidata presidencial de Morena se dio por más de 50 puntos de diferencia. No es casual que cinco de esas entidades se ubiquen en el sur: Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo y por supuesto Tabasco, donde Claudia tiene cerca de 80% de la votación.

De entrada, uno esperaría que la oposición pudiera sacar algunas lecciones de esta derrota en vez de insultar a los electores o descalificarlos con expresiones clasistas, como varios comentócratas lo han venido haciendo.

Sabíamos todos que Xóchitl Gálvez y el PRIAN iban a perder. Lo que no esperábamos era que su desempeño sería tan humillante: El PRD estaría quedándose sin registro, el PRI obtuvo menos votos que MC para la presidencia y el PAN, que obtuvo 18% en 2018, alcanzó apenas poco más del 16%.

La oposición perdió toda credibilidad en esta elección y logró hacer poco o nada para frenar el avance de la 4T. Su palabra se devaluó a tal punto que, pese a los casos de corrupción en gobiernos morenistas, los errores cometidos, y los malos gobiernos en algunos estados, la gente terminó por no creerles nada.

Con una oposición a tal punto estridente y mentirosa, capaz de gritar que AMLO es un “narcopresidente”, Sheinbaum una “narcocandidata” y morena un “narcopartido”, la gente terminó ignorando por completo su devaluada palabra.

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Guanajuato: La evidencia del fracaso

Desde hace cinco años Guanajuato encabeza la lista de las entidades más violentas del país. Solo en enero de este año se registraron 250 homicidios dolosos. El lamentable asesinato de la candidata de Morena a la alcadía de CelayaGisela Gaytán, muestra una vez más que la situación en materia de seguridad en el estado está fuera de control.

Especialmente ahora, llama la atención la situación en la entidad porque la seguridad está ocupando un lugar cada vez más importante en el discurso de la oposición, y porque la derecha defiende cada vez más la idea de que con medidas punitivistas y de “mano dura” podrían contener la violencia.

“Se acabaron los abrazos”, repite frecuentemente la candidata del PRIAN, en un guiño evidente al calderonismo.

Lo cierto es que este discurso hace aguas cuando vemos la situación de Guanajuato, una entidad que lleva 33 años gobernada por el panismo. Con experiencias como ésta, ¿cómo puede la oposición argumentar que sus planteamientos en materia de seguridad podrían funcionar mejor que los de la 4T?

Un ejercicio interesante surge de comparar a Guanajuato, durante tres décadas de gobiernos azules, con la Ciudad de México27 años gobernada por la centro-izquierda.

Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, entre 1997 y 2023 los homicidios dolosos en Guanajuato crecieron 455%, mientras en la Ciudad de México se redujeron 22%.

Otros delitos –no todos necesariamente asociados a la presencia del narcotráfico– muestran igualmente un contraste enorme en esos 26 años. El robo con violencia a casa habitación, por ejemplo, creció 15,900%, cuando en la capital se redujo en un 62.4%; el de vehículos con violencia aumentó 5,734%, mientras en la ciudad se redujo 92%.

No se pretende aquí explicar las razones de estos contrastes, pues naturalmente incluyen múltiples variables. Sin embargo, vale la pena hacer tres consideraciones.

Primero: El gobernador Diego Sinhué fue renuente a participar en las mesas de seguridad del gobierno federal. Solo cuando cambió de postura, reconoció el error y comenzó a asistir, inició un moderado descenso de la violencia en la entidad. De 3359 homicidios en 2020 bajó hasta 2581 en 2023. ¿En algo habrá tenido que ver la actuación coordinada con el gobierno federal? Probablemente sí.

Segundo, desde 2009 solo ha habido un fiscal en Guanajuato: Carlos Zamarripa, quien primero fue procurador entre 2009 2019. ¿Cómo es posible que después lo hayan nombrado fiscal, cuando durante esos diez años los homicidios en la entidad crecieron casi siete veces? O hay fuertes intereses políticos o se trata de un perfil coludido con el crimen organizado, a la usanza calderonista.

Tercero, a diferencia del discurso de “mano dura” de la derecha, la estrategia de izquierda en la Ciudad de México ha enfatizado el atender las causas de la violencia a través de la inserción social, desde el gobierno de AMLO, cuando se estableció la pensión para adultos mayores, hasta el de Sheinbaum, cuando se expandieron apoyos como con Mi Beca para Empezar.

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Claudia podría gobernar mejor que AMLO

Aunque Claudia Sheinbaum no tiene el liderazgo ni el arrastre popular de AMLO, hay elementos que hacen pensar que podría ser mejor gobernante, especialmente si es capaz de diseñar y ejecutar mejores programas y políticas públicas.

 

En los diálogos para elaborar el plan de gobierno, que encabeza Juan Ramón de la Fuente, se cocina algo interesante.

 

No solo se están escuchando muchas voces –incluso algunas descontentas con las que se busca tender puentes–, sino que podrían surgir diagnósticos más serios de los problemas del país, con mejores propuestas de solución.

 

Entre los cercanos a Sheinbaum hay claridad de que en ciertas áreas –como la seguridad, la justicia, la ciencia y la salud—esta administración no ha logrado los resultados deseados y hacen falta respuestas más certeras.

 

Hay otros ámbitos en las cuales podríamos ver giros interesantes en el discurso y en el programa de la 4T, como son la energía, el medio ambiente, el agua y, el más importante de todos: la salud.

 

En esas cuatro áreas se estarían incorporando saberes técnicos de autoridades en sus respectivas materias, como no necesariamente se hizo en esta administración.

 

Hablemos de la salud: La ex jefa de gobierno de la Ciudad de México parece haber entendido que en este terreno están algunas de las mayores “áreas de oportunidad”. La apuesta es por una reorganización general del sistema, donde se privilegien perfiles científicos serios, más que aquellos que buscan jugar a la política.

 

En esa lógica, no tienen cabida personajes como Juan Ferrer –quien llegó a ocuparse del INSABI por su relación personal con el presidente, sin conocer mayormente del tema–, pero tampoco un sujeto como Hugo López Gatell, con quien Sheinbaum tuvo fricciones en el pasado.

 

Por su incursión en la política, el subsecretario terminó por perder autoridad como médico y hoy no está firme ni en un terreno ni en el otro. En las reuniones más recientes ha sido claro que son otros los personajes que se están posicionando, y a quienes la futura presidenta escucha y respeta.

 

Destaca, en primer orden, una eminencia de la medicina como es el doctor David Kershenobich, quien además de ser un médico prestigiado y respetable en su especialidad, “es ajeno a las grillas”, “no hace de la salud demagogia” y “tiene ideas rectificadoras”, como le escuché decir a distintos colaboradores de Sheinbaum.

 

Según anticiparon a esta columna algunos de los involucrados en los diálogos, en la agenda sanitaria podríamos ver una completa reorganización del sistema de salud. La apuesta por alcanzar la cobertura universal descansaría particularmente en el IMSS, que ya no sería una institución volcada únicamente a atender trabajadores formales.

 

Muy probablemente, en esa institución Zoé Robledo –un funcionario eficiente en quien Sheinbaum confía—estaría repitiendo en el cargo, mientras que la Secretaría de Salud redefiniría sus funciones para convertirse en una institución fundamentalmente normativa.

 

Una de las grandes apuestas de Kershenobich es reducir la improvisación y el voluntarismo en el ámbito de la salud, apostar a la planeación, e invertir mucho más en atención primaria, a sabiendas de que es mucho menos costoso prevenir enfermedades que atenderlas.

 

Se trata, además, de evitar el personalismo, para darle sentido, vigencia y capacidad de conducción al Consejo Nacional de Salubridad, una instancia cuya existencia ha venido siendo ignorada.

 

Se auguran cambios positivos, pronto los conoceremos.

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