El 1 de julio de 2018 crucé sin chistar las siglas de Morena en todas las boletas: presidente, jefa de gobierno, alcalde, senadores, diputados federales y locales. Lo mismo hice en 2021 con los tres cargos en disputa.
Previo a la elección de este año, sin embargo, he comenzado a albergar ciertas dudas. Para mí, los puestos ejecutivos en disputa no pueden estar en mejores manos que las de Claudia Sheinbaum y Clara Brugada, por su honestidad y capacidad, y para que la lucha contra la pobreza y la desigualdad pueda continuar y profundizarse.
Menos seguro estoy de darle a Morena y sus aliados un cheque en blanco para gobernar a su entera libertad, controlando también los órganos legislativos.
Aclaro: Soy un periodista y un analista político que simpatiza con la 4T, no un militante; desde ese lugar escribo.
Si en otros momentos de la historia votar todo por la izquierda era una suerte de deber cívico para alguien con esa posición, hoy no se puede obviar el hecho de que Morena y la 4T son el poder.
Y no es poco el que tienen: controlan ambas cámaras, 22 gobiernos estatales y 20 congresos locales, además de la Fiscalía General de la República, y buena parte de las fiscalías estatales supuestamente autónomas.
A esta altura incluso debemos admitir que el poder económico y mediático, salvo excepciones, cada vez se amalgama más en torno a Morena.
Al reconocer que la 4T hoy tiene una hegemonía en varios ámbitos, también hay que hacerse cargo de que el poder hegemónico suele engendrar una serie de vicios. El exceso de este tiene siempre un efecto embriagante, y no se puede dejar de advertir cómo en Morena, en ciertas instancias, conduce a una creciente arrogancia.
Hoy sabemos que dentro de la 4T hay mucha gente honesta y comprometida, pero también hay corruptos y deshonestos quitándole a los primeros el lugar que merecerían. En esa medida, habría que preguntarnos si no sería útil contar con más incentivos para que el partido gobernante y sus cuadros no se duerman en sus laureles y sientan que son dueños del Reino de los Cielos.
Por eso me pregunto: ¿Habrá que entregarle una mayoría a Morena en el Congreso Federal y en los locales que estarán en disputa? ¿Qué será mejor para la República en este momento?
¿Qué ayudaría más a la 4T a hacer un mejor gobierno, e incluso a entregar resultados que permitan consolidar la transformación en el tiempo? ¿Poder hacer cualquier cosa, cuando quieran y como quieran o elevar decididamente el sentido de exigencia con más controles y contrapesos?
Por un lado, no se puede obviar el hecho de que tener una mayoría en el Congreso es necesario para aprobar un presupuesto que garantice la existencia de programas sociales, entre otras cosas. También es verdad que un poder legislativo dedicado a ponerte palos en la rueda puede ser un problema serio para cualquier gobierno.
Por el otro lado, es un hecho notorio que Morena no siempre ha sabido utilizar de la mejor forma su condición mayoritaria. No puedo dejar de pensar en la tan necesaria reforma al Poder Judicial, en la necesidad de reformar —que no desaparecer— los órganos constitucionales autónomos o incluso en acotar, cuando menos, el proceso de militarización.