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El uso político del plagio

En víspera de la votación para ratificar a la ahora exfiscal Ernestina GodoyGuillermo Sheridan dio a conocer una vez más una de esas investigaciones de plagio que se han convertido en armas para la disputa política, ahora especialmente contra la 4T.

Aunque la intencionalidad política con la que apareció la nota en el portal Latinus es evidente, hay que reconocer que las evidencias aportadas son contundentes.

El tema se olvidó rápidamente porque Godoy quedó descartada para continuar como fiscal, pero también porque las revelaciones de plagio cometidos por funcionarios públicos —desde Peña Niego hasta Xóchitl Gálvez, pasando por Yasmín Esquivel y ahora Ernestina— son cada vez más recurrentes gracias a los instrumentos tecnológicos.

Los políticos no suelen reaccionar bien cuando se enfrentan revelaciones de este tipo. Ernestina lo negó rotundamente, e incluso amenazó con una denuncia por daño moral (error); Xóchitl Gálvez dio una serie de maromas hasta finalmente aceptar que la había “pendejeado” y Esquivel recurrió a los tribunales para evitar que la UNAM hable de su caso.

Si el honor y la palabra tuvieran en México el peso y el valor que tienen en otras naciones —donde los políticos renuncian a sus puestos por casos de este tipo— no sería tan sencillo salir a “negar categóricamente” lo que categóricamente está evidenciando una investigación. Al menos sería necesario aportar pruebas.

Con todo, la cantidad de plagios que se han dado a conocer en los últimos años –y que seguramente seguirán apareciendo—nos obliga a un ejercicio mínimo de honestidad intelectual: ¿Acaso solamente los políticos cometen plagio en sus trabajos de titulación? ¿Acaso no hay más plagio en las tesis de los funcionarios públicos que en las de cualquier otro estudiante de nuestras universidades?

Si en lugar de buscar solamente disparar contra los políticos plagiarios nos preocupáramos por revisar nuestro sistema educativo, tendríamos que empezar a documentar cómo el plagio ha sido una práctica hiper recurrente. Lo ha sido porque en nuestras universidades no se hace mayor énfasis en el asunto. Porque la tesis suele ser vista por muchos como un trámite que hay que sacarse de encima cuanto antes y como sea. Por la falta de rigor en nuestras instituciones educativas.

Rara vez se genera conciencia entre el alumnado de que, en el mundo académico, hacer pasar como propia la idea de otro es equivalente a cometer un robo. Aunque parezca mentira, muchas veces ni se les explica a los estudiantes cómo citar adecuadamente. Al menos hasta hace poco, esas habilidades solo llegaban a enseñarse bien en el posgrado.

Hemos sido increíblemente laxos en lo que se refiere al plagio. Puedo contar, por ejemplo, como siendo profesor en una universidad privada, enfrenté enormes resistencias cuando busqué sancionar a dos alumnas que habían copiado por completo la totalidad de unos ensayos que sacaron de una página web. Recuerdo incluso que algún profesor salió a defenderlas, alegando no ser un caso “tan grave”.

Si los especialistas en investigar casos de plagio tomaran al azar 100 tesis de licenciatura del mismo año en que se titularon Ernestina Godoy, Yazmín Esquivel o Xóchitl Gálvez seguramente encontrarían que mucho más de la mitad incurrieron en plagio.

Pero claro, siempre será más rentable mediáticamente escoger casos escandalosos, políticamente orientados, que revelar las deficiencias de nuestro sistema educativo.

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Él plagio de Yasmín Esquivel

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El amlocentrismo de los opositores y opinócratas

Hernán Gómez Bruera

La semana pasada, el presidente López Obrador causó un gran revuelo al señalar que la UNAM se ha vuelto neoliberal, se ha derechizado y ha dejado de formar cuadros críticos. Días después, sus declaraciones siguen siendo debatidas y ocupan las principales portadas de los diarios.

Debo confesar que las declaraciones me parecieron algo absurdas desde que las escuché por primera vez. La UNAM tiene 360 mil estudiantes, 40 mil profesores, 24 mil sindicalizados. Es un mundo en el que siempre ha habido gente de izquierda, derecha, centro; es un universo diverso, complejo y lleno de matices. Ninguna generalización política o ideológica puede realmente tener cabida.

En lugar de simplemente verlas como algo absurdo, varios opositores, medios y opinócratas han reaccionado como si López Obrador buscara terminar con el pensamiento crítico, someter a la universidad para su proyecto personal y hasta atentar contra la autonomía universitaria, a pesar de que esta ha demostrado ser a prueba de balas.

Al ver que su declaración surtió efecto, López Obrador ha seguido toda la semana hablando sobre el tema. Y cómo no hacerlo, si la oposición y la opinión pública cayeron de lleno en la provocación. Entre las joyas que nos ha dejado la reacción está la propuesta de Gabriel Quadri de hacer una marcha para defender a la UNAM, o Ricardo Anaya diciendo que su abuelita daba clases en la Universidad Nacional y que hay que defender la autonomía.

A estas alturas del partido ya deberíamos conocer mejor al presidente y aprender a no caer en todas sus provocaciones. La opinión pública no puede ir detrás de todas las “pelotitas que avienta el presidente”, parafraseando a Jesús Silva Herzog. Haría falta saber elegir mejor qué declaraciones tomar en serio y cuáles no.

Sin embargo, hoy vivimos un amlocentrismo que nos lleva a pasar discutiendo todo el día ―y a veces durante varios días― sobre lo que dice López Obrador en las mañanas. Se trata de un amlocentrismo reduccionista porque discutimos en general sobre lo que el presidente “dice”, pocas veces sobre lo que hace su gobierno.

De ese amlocentrismo reduccionista es responsable el presidente, su gobierno y sus seguidores, evidentemente. Pero también los medios de comunicación y la comentocracia que no hablan de otra cosa y agrandan cualquier declaración del presidente.

Igualmente es responsable la oposición, que no puede hacer otra cosa que tener una agenda reactiva a las declaraciones presidenciales, como si les diera pereza ponerse a trabajar realmente, a hacer oposición de verdad. Claro, es más fácil levantarse en la mañana, ver qué ha dicho el presidente y cómo lo pueden criticar, que tener una agenda política de verdad.

Ojalá algún día dejemos de pasarnos todo el tiempo discutiendo sobre qué dice o qué no dice López brador y nos enfoquemos más en lo que hace, en las acciones de gobierno; en entender realmente qué está pasando en los territorios o cómo se están implementando las políticas públicas y los programas sociales. Porque eso prácticamente no lo estamos haciendo y no lo está haciendo la oposición, enfrascada como está en discutir hasta la saciedad cualquier cosa que diga el presidente en la mañanera.

Mientras mantengamos la agenda pública centrada en lo que dice el mandatario, este seguirá feliz tirando buscapiés y haciendo provocaciones para mantener la conversación pública donde él quiere, incluso para evitar que hablemos de los temas que realmente pueden incomodarlo.  Pero parece que la oposición no ve eso. El presidente ha sido hasta ahora más hábil e inteligente que ellos.

 

@HernanGomezB

 

 

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¿Es cierto que la UNAM se derechizó y volvió neoliberal como dijo el presidente?

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Los intereses detrás de las investigaciones científicas

 

Hernán Gómez Bruera

 

Casi todos aceptamos la validez de los estudios científicos y tomamos sus resultados como verdades absolutas. Pero a veces vale la pena cuestionar las motivaciones detrás de los trabajos académicos, porque podemos encontrar que algunos de ellos no tienen como objetivo la adquisición de conocimiento, sino que están influenciados por intereses totalmente ajenos a la ciencia. 

 

El libro “Alimentarnos con dudas disfrazadas de ciencia”, de Martha Elena García y Guillermo Bermúdez, nos muestra algunos casos en que ciertas instituciones educativas y estudios “científicos” están marcados por los conflictos de interés de los investigadores que los llevan a cabo. Porque ser académico o ser investigador, no te hace ser necesariamente honesto, ni incorruptible, ni impoluto, ni buena persona. 

 

Un ejemplo es el caso de la UNAM, particularmente el Instituto de Investigaciones Biomédicas, que recibió en 2012 más de 2 millones de pesos de parte de una Kellog´s para la realización de dos estudios que buscaban probar que el consumo de cereal puede ayudar a las mujeres a bajar de peso.  

 

Resulta completamente absurdo que un conjunto de investigadores reciban financiamiento por parte de una empresa para probar que sus productos son benéficos. En este caso, los académicos se vuelven empleados de quien financia sus investigaciones y necesariamente están ante un caso de conflicto de interés. ¿Qué valor científico pueden tener los resultados de esos estudios? 

 

La Facultad de Medicina de la UNAM también firmó dos convenios en 2017 con Nestlé, que pagó 2 millones 500 mil pesos para publicar un libro sobre la actividad física y la salud de los escolares mexicanos. Dos de los autores de este estudio son el exsecretario de salud, José Narro, y el actual rector, Enrique Graue. 

 

Este tipo de estudios buscan posicionar una narrativa, fomentada por los productores de comida chatarra, que sostiene que la actividad física es el factor fundamental para mantener un peso saludable, y subestimar la importancia de tener una dieta balanceada. O sea, lo que se ha buscado con estos estudios, por los cuales académicos de la UNAM recibieron 1 millón 904 mil pesos , es decir “no importa tanto que consumas comida chatarra, siempre y cuando hagas cierta cantidad de ejercicio todos los días ”. Y pues eso simple y sencillamente no es cierto. 

 

También es  muy revelador el caso del ITAM, la UANL y el Colmex, que en 2016 llevaron a cabo estudios financiados  por la Asociación Nacional de Refrescos y Aguas Carbonatadas de México  con 1 millón 400 mil pesos por institución para probar que la asignación de un impuesto a los refrescos no disminuye su consumo por parte de la población. 

 

Sorprendentemente, los tres estudios elaborados en esas instituciones llegaron a la misma conclusión: el impuesto efectivamente no incide en el consumo de refrescos en el caso mexicano. 

 

También el Conacyt recibió más de 3 millones de pesos entre 2016 y 2019 de parte de Coca Cola. En este caso, fue para patrocinar el Premio Nacional en Ciencia y Tecnología de Alimentos.

 

Ciertamente, es bastante irónico que este premio diga fomentar  y recompensar investigaciones que benefician al consumidor mexicano cuando su principal benefactor es responsable en gran medida de la epidemia de obesidad y diabetes  en nuestro país. Es como si una empresa de cigarros premiara estudios sobre cáncer de pulmón. 

 

Todos estos ejemplos nos muestran que no debemos tomar los estudios científicos como verdades absolutas, porque detrás de muchos de ellos se esconden intereses económicos poderosos, que hay que cuestionar y evidenciar. Por eso son tan importantes textos como “Alimentarnos con dudas disfrazadas de ciencia”, publicado por El Poder del Consumidor, que le quitan la máscara a los académicos que a veces parecen inmunes a la crítica y al escrutinio público. 

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Hay visiones histéricas, en relación al tema de la pandemia, que obedecen a una visión partidista o ideológica: Dr. Samuel Ponce de León

«Hay visiones histéricas, en algún grado, que obedecen en el fondo a una visión partidista o ideológica en relación al tema de la pandemia», mencionó el doctor Samuel Ponce de León, Coordinador de la Comisión de Respuesta  a la Epidemia Covid-19 de la UNAM.