Si apenas la semana pasada la victoria de Donald Trump parecía algo inevitable, el anuncio de la candidatura de Kamala Harris introduce un elemento de incertidumbre, sano y esperanzador, en la contienda por la presidencia de los Estados Unidos. Con una rival mujer, más joven que él, el expresidente ya no tendrá las cosas tan fáciles.
Si el candidato republicano venía con una tendencia a la alza, no era tanto por méritos propios como por la decadencia que fue atravesando Joe Biden, cuya popularidad en el mes de junio se desplomó del 61% al 39%.
Hasta ahora, la carrera presidencial había girado en torno a los cuestionamientos sobre la capacidad de Joe Biden para estar al frente de la Oficina Oval por un periodo más. Ahora, la contienda tendrá que ser un contraste entre dos proyectos.
Kamala es una candidata más atractiva que Biden. Mientras este último tiene más años en la actividad política que la edad de dos tercios de los norteamericanos vivos, ella proyecta frescura y más capacidad de conectar con las generaciones jóvenes, además de con las mujeres, los afroamericanos y los hispanos.
En más de un sentido, Kamala representa un perfil más progresista y menos moderado que el de Biden. Su trayectoria avala un compromiso con el cambio climático. Cuando fue fiscal en California tuvo el mérito de enfrentar a compañías petroleras para frenar la contaminación y se ha posicionado en contra del fracking.
Como precandidata presidencial, en 2020, abogó por ampliar la cobertura sanitaria, para lo que propuso solventar la carga presupuestal gravando las operaciones de Wall Street. También propuso elevar el ISR de las empresas al 35%, luego de que las reformas de Trump lo bajaran a 21%. Como dato interesante, la propuesta de Biden entonces era un punto medio: 28%.
Hasta ahora, el de Kamala ha sido un un perfil más interesante para el progresismo intelectual que para sectores populares con menor nivel educativo. Sus posibilidades, por tanto, dependerán de su capacidad para disputar el discurso a través del cual Trump interpela a a un importante sector de la clase trabajadora.
El reto, en gran medida, está en articular una buena propuesta para los sectores populares, y evitar que su campaña se base solamente en una plataforma progresista enfocada en las batallas del cambio generacional y los temas de género, incluso una campaña que sea tildada frívola, banal o o excesivamente woke.
Kamala tendrá que ser capaz de convocar a quienes se oponen a Trump, pero por desencanto no han salido a apoyar firmemente a los demócratas. Esto es clave si consideramos que la política estadounidense está hoy marcada por la desconfianza de la sociedad frente a la política y los políticos. No olvidemos que, tanto en el caso de Kamala, como en el de Trump, sus negativos son más altos sus positivos, siendo 50.4 en el primer caso y 53.7% en el segundo.