Difícil tomar en serio al ex candidato presidencial, Ricardo Anaya, diciéndose víctima de una persecución política en tono melodramático y telenovelesco.
En la sola mención de un personaje que se denomina como posible perseguido político –en un país donde verdaderamente los ha habido–, y que para evitarlo se marcha a vivir a su casa en Atlanta, hay una dosis de humor involuntario que el propio Anaya seguramente es incapaz de advertir.
Difícil creerle al ex candidato cuando afirma que el presidente busca meterlo a la cárcel, cuando él mismo sabe que eso no va a ocurrir. Porque en este país de impunidades casi nunca un político termina preso.