Pocos temas han movilizado tanto a la derecha y a las clases media en México como los libros de texto. Conocedor de nuestra historia, AMLO sabe que este ha sido uno de esos asuntos que históricamente han logrado sacar a las calles a los grupos conservadores.
Ejemplo de ello fue ese gran movimiento que se creó en contra de los libros de texto, cuando aparecieron los primeros durante el gobierno de Adolfo López Mateos.
¿Por qué pese a esa experiencia histórica, el Presidente dejó correr unos nuevos libros que evidentemente estaban llamados a generar molestia? ¿Por qué incluso encomendó a Marx Arriaga —un auténtico agente provocador del sector fifí— la responsabilidad en esta materia?
Quizás para eventualmente propiciar una reacción conservadora que le permita alimentar la disputa política y atizar el fuego de la polarización.
Dejando fuera de esta reflexión las múltiples “áreas de oportunidad” en los nuevos libros de texto, no está de más notar cómo esta polémica ha hecho revivir algunas posturas y discursos que creíamos en el basurero de la historia. El macartismo, sin ir más lejos.
Paradójicamente, los mismos que critican a los libros de texto por pretender “adoctrinar a nuestros niños”, presentan argumentos en contra de los libros absolutamente ideológicos, algunos de ellos tan risibles como el llamado “virus comunista”.
Después de todo, “¿cuándo los libros de texto no expresaron una ideología?” Lo gracioso es que la derecha cree siempre que su sistema de pensamiento es algo así como el sentido común o la ley de la gravedad. Que sus dogmas no son ideológicos.
Hace unos días hice un ejercicio antropológico en dos puntos distintos de la capital: durante dos horas me di a la tarea de entrevistar a personas de nivel socioeconómico alto, en Polanco, y nivel medio bajo en el metro de la Ciudad de México y un mercado público.
Al desplazarme por los vagones del metro, me di cuenta de entrada que la cantidad de gente que había escuchado hablar del tema de los libros es muy inferior a lo que pensaba (sí, no todos viven en la subrepública del Twitter).
Encontré también que ese sector al que el Presidente se refiere como “el pueblo” expresó puntos de vista más mesurados y sensatos, que esos grupos más acomodados que algunos creerían mejor informados. “Realmente no puedo opinar porque no los he leído”, me contestaron un buen número de representantes del pueblo llano.
Ni hablar cuando les pregunté si estamos ante textos “comunistas”. Más de uno lanzó una carcajada o me miró con cara de “what?”. “Quién sabe qué fondo tendrán esos rumores, pero los rumores, rumores son”, contestó una señora que vende pollos en el Mercado Juárez, una buena representante del “pueblo sabio”.
Qué distintas las reacciones que encontré en las inmediaciones del Parque Lincoln, donde las respuestas de los sectores más pudientes sobre el tema están hiper contaminadas de preconceptos, todos ellos expresados con enorme suficiencia, como si efectivamente hubiesen revisado los nuevos materiales educativos.
“Mira, prefiero que ni me preguntes porque este tema me produce ira”, me contestó una señora de unos sesenta y largos, que luego agregó: “Están atentando contra la naturaleza, contra la fe, contra la decencia, contra la moral…contra todo”. Acto seguido, exclamó: “estos libros están absolutamente ideologizados y me ofenden”.