El pequeño Haití en la Plaza Giordano Bruno

Siempre hemos pensado que Haití quedaba muy lejos. Nos separaba de esa nación el mar y la distancia. Pero hoy un pequeño Haití –con todos sus dramas y contradicciones— vive dentro de nosotros, a escasas cuadras de la Secretaría de Gobernación, en la Ciudad de México.

Desde hace algunos meses los vecinos de la colonia Juárez vieron la llegada de un numeroso grupo de hombres, mujeres y niños migrantes, en su gran mayoría haitianos, haciendo fila afuera de las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, la Comar.

Al poco tiempo ya se los veía dormir en las aceras de la colonia, hasta que un día optaron por instalar algunas tiendas de campaña en la plaza Giordano Bruno. Primero eran dos o tres, hoy son cerca de cien.

Un número adicional duerme en las calles circunvecinas sobre cajas de cartón. El panorama es desolador y apocalíptico. Hay que verlo para creerlo.

¿Acaso no podemos ofrecer techo y comida a los haitianos que esperan un salvoconducto para llegar a EU?

La Comar, a la que se le han negado los recursos que necesita, está rebasada por el crecimiento exponencial en el número de solicitantes de refugio en México, el cual se disparó a partir de 2018.

Pero en esencia, la solución para el tema de los haitianos no está en la Comar, que tiene un presupuesto raquítico, sino en el INM —que ha visto un incremento del 120% de su presupuesto—, pero no está dando resultados.

El problema está ahí porque lo que busca la mayor parte de estos haitianos no es quedarse a vivir en México, sino obtener una tarjeta por razones humanitarias, que otorga el INM, para poder llegar a EU.

En toda esta historia, sin embargo, el INAMI solo ha dado palos de ciego y tomado decisiones erráticas, sin coordinarse adecuadamente con otras instituciones y tratando de pasarle el problema a la Comar.

Cuando los migrantes se instalaron en la Plaza Giordano Bruno, a escasas cuadras de la Segob, el instituto tomó la decisión de enviar una serie de camiones para llevar a los acampados a otros estados de la República, y en un día regularizarlos.

Esa decisión tuvo un efecto contraproducente. Le habían tomado la medida al INM, que más que actuar siguiendo una política racional y predecible parece hacerlo bajo presión, cuando las cosas ya están desbordadas. A los pocos días habían vuelto a instalarse un grupo de haitianos, aún más numeroso, esperando que el instituto hiciera lo mismo.

El Gobierno de la Ciudad, que se había rehusado a instalar un albergue, finalmente se sensibilizó y tomó la decisión de poner uno de manera temporal en Tláhuac, presionado en parte por lo ocurrido en Ciudad Juárez.

El problema ahora es que un gran número de haitianos se resiste a trasladarse al nuevo albergue y sigue durmiendo en las calles. Están desconfiados de todo tipo de autoridad y temerosos de ir a un sitio que no conocen. Lo ocurrido en Ciudad Juárez es una señal de alarma para todos ellos.

Reubicar a estos migrantes no será tarea sencilla. Hace falta que las autoridades migratorias y el gobierno capitalino, bien coordinados, hagan una labor fina de persuasión, con personal profesional.

Lo que hoy vemos es que tanto el discurso presidencial de “bienvenidos los migrantes que quieran quedarse a vivir y trabajar en México”, como los compromisos que hemos hecho con Estados Unidos de que esperen sus trámites aquí, hacen agua al ver que no nos hemos preparado para recibir a todas esas personas.

Para comprobarlo no hace falta más que darse una vuelta por la Plaza Giordano Bruno.