Cuando uno yace en estado de embriaguez –algo agradable que recomiendo hacer con moderación y no tan a menudo– exagera las palabras, caricaturiza las cosas y comete excesos retóricos.

El ebrio calcula mal los riesgos, tiene comportamientos imprudentes o irresponsables y exhibe una actitud provocadora e innecesariamente pendenciera.

La ideología mal encausada, el poder y los altos niveles de popularidad pueden generar efectos semejantes y conducir a los dirigentes políticos –de derecha o izquierda– a sentir que pueden hacer lo que sea y como sea con tal de abrazar una causa y a un líder.

Más de un integrante de la 4T ha sido presa de ese fenómeno. Pareciera que el situarse en la cima –o ver al presidente situado allí, que no es lo mismo– los envalentona hasta la irracionalidad y el exceso del infantilismo.

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