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Arturo Zaldívar: una triste desilusión

Cómo no haber albergado esperanzas cuando en enero de 2019 Arturo Zaldívar fue elegido para presidir la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Su perfil parecía el idóneo para encabezar una nueva etapa, donde el poder judicial estaba llamado a acompañar la batalla contra la corrupción promovida por López Obrador.

Tristemente, antes que estar a la altura, Zaldívar ha terminado por convertirse en un defensor del status quo.

A meses de concluir su mandato, el resultado de la reforma judicial —que en un gesto de confianza el Presidente puso en sus manos— ha sido por demás mediocre, presentando apenas unos cuantos avances cosméticos.

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Zaldívar, Guardería ABC y la corrupción en el Poder Judicial

Hernán Gómez Bruera

El ministro Arturo Zaldívar ha salido una vez más a denunciar esa “operación de Estado” que se orquestó durante el gobierno de Felipe Calderón para proteger a familiares de Margarita Zavala y altos funcionarios de ese gobierno involucrados en la tragedia de la Guardería ABC. Zaldívar narró también cómo fue presionado por esa administración para dejar pasar el asunto y cómo se enfrentó ante ese evidente abuso de poder.

El ministro ya había hablado de esto antes. Criticarlo por haber callado 13 años sobre el asunto es simplemente desinformación. Declaraciones en este sentido ya se habían dado a conocer, cuando en 2012 se publicó el libro de Diego Osorno, La guerra de los Zetas, y nuevamente en 2019, cuando Zaldívar hizo una serie de declaraciones muy polémicas sobre el tema. 

¿Por qué entonces el presidente de la Suprema Corte ha vuelto a hablar del tema? ¿Por qué una vez más juega la carta de tirarle a Felipe Calderón? ¿Por qué ahora? Como analistas y comunicadores no podemos dejar de cuestionar este tipo de cosas, independientemente de cuáles sean nuestras simpatías políticas. 

Y la respuesta es que Zaldívar quiere evitar que hablemos de lo que realmente hoy le incomoda. 

Porque a principios de este mes se dio a conocer que dos altos funcionarios del Consejo de la Judicatura habían sido denunciados por corrupción: el jefe de administración, Alejandro Ríos Camarena y nada más y nada menos que el secretario general de ese organismo, Carlos Antonio Alpizar. 

Y el problema, el pequeño problema que hoy tiene Zaldívar, es que ambos fueron nombrados por él, bajo recomendación del ex consejero presidencial, Julio Scherer Ibarra, también acusado de montar una red de corrupción, extorsión y tráfico de influencias junto a una red de despachos asociados. 

Estos dos funcionarios, Ríos y Alpízar, acaban de ser denunciados por la Fiscalía General de la República en un caso que exhibe la podredumbre del Poder Judicial en nuestro país y que pone bajo cuestionamiento al propio Zaldívar: Ríos Camarena ha sido acusado de haber otorgado contratos por asignación directa en los que cobraba un moche de hasta 30%, y Alpízar por coaccionar jueces y magistrados para conceder amparos de acuerdo a la voluntad del ex consejero jurídico. Ambas acusaciones son sumamente graves. Por eso, Ríos renunció a su puesto a principios de este mes.

Estas dos denuncias indirectamente señalan a Arturo Zaldívar, por haberlos nombrado, por ser la máxima autoridad del Consejo de la Judicatura y porque le toca vigilar que las cosas en su propia casa estén bien. Por eso no es casual que el ministro saque hoy el tema de Felipe Calderón y la Guardería ABC, reivindicando sus glorias pasadas, especialmente hoy que lo que podría estar siendo cuestionado es la forma en que ha manejado el Poder Judicial. 

Tampoco es casual, en ese mismo contexto, que desde principios de la semana pasada Zaldívar haya venido tratado de posicionar en la agenda pública, a través de un evidente nado sincronizado de filtraciones, una presunta investigación en contra del ex presidente de la Suprema Corte de Justicia, Luis María Aguilar, acusado de nepotismo y corrupción. 

No se necesita ser muy sofisticado en el análisis para darse cuenta que lo que está buscando Arturo Zaldívar con todo esto es desvíar la atención. 

En redes sociales muchos obradoristas religiosos me han dicho que soy frívolo por llamar a estas declaraciones una cortina de humo. A ellos quisiera decirles que no soy un militante político, sino un comunicador, un analista político y simpatizante crítico del obradorismo y, quienes nos ubicamos en ese lugar debemos poner los puntos sobre las íes; no callarnos ante verdades incómodas.  

Lo frívolo, en todo caso, es que el ministro –a quien respeto– utilice un tema delicado y tan sensible para la sociedad mexicana como una forma de desviar la atención sobre los graves problemas que enfrenta en el Poder Judicial. Nada más fácil para congraciarse con el obradorismo que atacar a esa bolsa de sparring llamada Felipe Calderón.

Claro que se debe aclarar el asunto de la Guardería ABC y la responsabilidad del poder federal, pero no podemos instalarnos en el recurso fácil de culpar de todo a Felipe Calderón, quien dejó la presidencia hace 10 años, sin perder la perspectiva crítica ante los problemas de hoy. Ese reto pasa por luchar decididamente contra la corrupción y hacerlo, en particular, contra la corrupción estructural que impera al interior del Poder Judicial. 

El país está en medio de una batalla por acabar con la corrupción y Arturo Zaldívar es una pieza clave para limpiar el Poder Judicial. El problema es que el presidente de la Corte no ha logrado grandes éxitos en este terreno. De entrada, porque la reforma que planteó para este poder se ha quedado corta.

Al no llegar realmente al fondo del asunto –la carrera judicial–, Zaldívar no ha podido acabar con la discrecionalidad a través de la cual se reparten los ascensos y promociones de jueces y magistrados en nuestro país. Al no modificar este sistema perverso, es muy difícil acabar con la corrupción estructural que existe en el Poder Judicial. 

De todo esto debieran estar hablando los medios y la oposición. El problema es que no les importa realmente acabar con la corrupción. Lo que quieren es acabar con el presidente. 

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Zaldívar ante la podredumbre del Poder Judicial

Hay pocas dudas de que López Obrador es un hombre honesto y probo. Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de algunos de los colaboradores que lo han acompañado.

Si lo que nos preocupa es la corrupción estructural, el caso que debería estar en las portadas de los diarios y en el debate público es la podredumbre del poder judicial; esa que ha asomado la cabeza en las últimas semanas.

El verdadero problema de AMLO no se llama José Ramón: se llama Julio Scherer Ibarra. Pero hay varios que tendrían que ofrecer explicaciones, incluyendo el ministro Arturo Zaldívar.

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El poder que amasó Julio Scherer

Esta columna debió ser publicada el jueves 9 de septiembre en las páginas de El Heraldo de México. Por alguna extraña razón no ocurrió así.

Durante estos tres años Julio Scherer amasó un enorme poder que tenía su principal enclave en el Poder Judicial. Fue una suerte de súper secretario, pero en la sombra. Su voz llegó a ser interpretada como la del primer mandatario, sintiéndose él mismo un segundo al mando.

 

Y aunque por el presidente solamente habla éste, entre los despistados que desconocían esa máxima, Scherer pudo y supo aparecer como un emisario presidencial. 

 

Lamentablemente, como históricamente ha ocurrido con buena parte de los hombres verdaderamente poderosos en México, las fronteras entre el dinero y la política, lo público y lo privado, no se ven muy claras en su gestión. No como debieran estarlo en la 4T.

 

Diversos testimonios señalan que  Scherer nunca dejó de hacer negocios, utilizando para ello a terceros. Están desde los de carácter inmobiliario, pasando por la venta de comida en las cárceles, el agua y hasta su actividad como abogado. 

 

Aparentemente, Julio dejó el litigio al asumir la Consejería Jurídica. Su despacho, Ferráez e Igartúa, quedó en manos de uno de sus sobrinos, Rodrigo Scherer. Sin embargo, Julio habría continuado litigando a través de una red de despachos con los que compartía casos, por los cobraría enormes sumas. 

 

Además de eso, Scherer creó una poderosa estructura para influir en la procuración e impartición de justicia a través de dos relaciones estratégicas: Una con un alto funcionario de la Fiscalía General de la República y otro con uno del Consejo de la Judicatura Federal. Esos dos personajes estuvieron prácticamente a su servicio. Tal vez aún lo estén.  

 

En la Judicatura, particularmente, Scherer operó de la mano de un oscuro personaje que le permitió determinar la resolución de numerosos casos. Caracterizado por sus lujos extravagantes y un ostentoso rancho en las afueras de la ciudad, este sujeto conoce como pocos las cañerías del Poder Judicial y no escatima en presionar a jueces y magistrados. 

 

¿Será que el ex consejero jurídico utilizó este poder con mesura y responsabilidad? No parece ser el caso porque hay una larga lista de empresarios, políticos y funcionarios agraviados en todos los niveles que dicen haber recibido amenazas o presiones de su parte.

 

¿Y será que empleó aquel poder a favor de la 4T o para apalancar sus propios intereses? Por lo visto fue una combinación. Pero algo irritó profundamente al presidente. Tanto que decidió quitarle la relación con el Poder Judicial y anunciar públicamente que el responsable de ella sería Adán Augusto. Cuando eso ocurrió Scherer sabía que ya no tenía nada que hacer donde estaba. 

 

Obviamente, AMLO no quería terminar peleado con Scherer, pero en la intimidad seguramente se seguirá preguntando qué fue lo que le pasó a su colaborador y amigo. Sobre todo, qué le pasó al hijo del gran Julio Scherer García.

 

Quizás la respuesta está en la naturaleza del poder. Esa que, como bien decía Abraham Lincoln, pone a prueba la entereza de los seres humanos. 

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